Me ha llegado el cartel de La contadora de películas, un film basado en la novela del Premio Nacional de Literatura, Hernán Rivera Letelier, que acabé de leer hace unos días. La película se estrenará el 3 de noviembre de este año.
Me emocionó y me gustó mucho el libro, y ahora me pasa lo mismo con el cartel; les voy a explicar el porqué.
Resulta que cuando yo era pequeña tuve mi Cinema Paradiso y mi contador de películas personal. Entonces no existía internet y, en un pueblo insignificante, el cine era la mayor diversión.
Todos los domingos íbamos al cine mi padre, mi madre y yo (no hubo hermanos). Estaba situado en la parte baja del pueblo, con lo que la ida era llevadera, pero cuando terminaban las películas (sí, entonces eran dos) había que subir hasta mi casa, y yo tenía cinco o seis años nada más, y estaba cansada, y mimada... y mi padre siempre terminaba tomándome en brazos, diciéndole a mi madre (mucho más recta): "es que la chica está cojica".
Siempre mi padre y sus dotes para fabular...
Las películas sin él nunca fueron ya lo mismo. En aquel tiempo él era mi referencia para todo. Contaba, cuando ya era mayor, que mi curiosidad ante el cine era insaciable y que le daba codazos para que contestara mis preguntas, que se oían en el silencio de la sala y de las que se acordaba perfectamente.
Decía que mi pregunta preferida era: "¿Ese es bueno o malo?"
Yo recuerdo que sus respuestas eran crípticas; "A veces bueno, a veces malo" o "Depende" o "Ahora, bueno".
Son preguntas que sigo haciéndome ahora sobre la gente y ... ¡cómo entiendo las respuestas de mi padre!
Nuestro género preferido era el de romanos, ¡cómo disfruté con Benhur, Cleopatra o Espartaco! Nos sabíamos trozos de diálogos de memoria; las escenas de la serpiente en Cleopatra, la de los leprosos en Benhur o la final de Espartaco quedarán para siempre en mis retinas.
Pero vamos al CARTEL..
Me ha emocionado profundamente porque, como este, el cine de mi pueblo también estaba iluminado así; destacaba entre todos los edificios porque esa era la intención, era nuestro Faro de Alejandría.
Mi padre, mi madre y yo, podríamos haber sido perfectamente ese matrimonio e hija que se ve en el cartel, con esa cara y ropas de domingo, con esa ilusión por explorar lo que en ese templo del celuloide se nos tiene preparado...
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