El librito que nos ocupa consta de 34 breves reflexiones sobre los pequeños placeres que hacen la vida agradable: desde ese primer trago de cerveza que da título al libro, hasta la alegría de mirar por un caleidoscopio, pasando por el croissant que nos comemos por la calle al volver de la panadería o la ineludible incomodidad de leer en la playa. El goce que obtengamos de su lectura dependerá de la coincidencia con los gustos del autor -muy franceses, tengo que decir- pero lo que es inevitable es que el lector se pregunte cuáles son sus propios pequeños placeres de la vida y medite sobre si los disfruta convenientemente.
Al ser publicado en 1997, algunas cosas se han quedado obsoletas, como la cabina telefónica o la dinamo de la bicicleta, otras están en camino de serlo, como leer el periódico mientras desayunamos. Esto me ha hecho pensar en algunos de mis antiguos pequeños placeres que no sé si la generación de jóvenes actuales reconocería: la mesa camilla y el flexo en las noches de estudio, el olor de las sábanas recién cambiadas y llenas de libros susceptibles de ser leídos por mi yo de 15 años... Esta lectura es como la magdalena de Proust, a cada uno le llevará por un camino diferente.
En todo caso, tómese este libro no como una sesuda obra de gran complejidad estructural, gramatical o temática, sino como un aperitivo amable y ligero que nos puede llevar a otros festines literarios.
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