Esta ha sido una hermosa novela para mí, esto lo adelanto ya. Vamos a ver si sé explicarles el porqué.
Podría parecer una de tantas obras bucólicas inspiradas en el siglo XIX que tanto gustaron al público en general y al femenino en particular. Y en parte lo es. La naturaleza es algo muy importante en el desarrollo de la historia, no es solo un telón de fondo, realmente consuela, eleva y pone en comunión con la creación a la protagonista. Esta identificación con las plantas, los animales, los fenómenos atmosféricos... es muy propia de Prude, la chica con labio leporino, causado, como todo el mundo sabe, porque a su madre gestante se le cruzó una liebre en el camino.
Esta y otras supersticiones serán el caldo de cultivo en el que se desarrolla la historia, y no puedo menos que aplaudir la elección de la autora por una protagonista con "tara". Por una vez no tenemos a una belleza local que merece todo por ser hermosa. Aunque resulta que para mí es una de las heroínas más hermosas con las que me he encontrado últimamente. Es todo corazón, resiliencia y optimismo a pesar de las adversidades de su dura vida.
En contraste el antagonista, su hermano Gideon, poseído por el "precioso veneno" de la codicia.
En medio de ellos, una de las mejores historias de amor que he leído en los últimos tiempos, contada de forma única, lírica, excelsa.
Parece que los que no tenemos como lengua madre la inglesa, nos hemos perdido mucho del valor de este libro, aparte de que está contado con el dialecto de una zona concreta del país que Webb domina con maestría, seguramente esto eleva la propuesta, pero a mí de verdad que me ha valido así.
Solo dos inconvenientes: que el final haya sido un tanto precipitado en relación al ritmo pausado de todo el libro, y que la historia de amor no se haya desarrollado más -si con esas pequeñas pinceladas (porque ocupa muy poco del libro) se nos va a quedar mucho tiempo en el recuerdo-, ¡qué no sería si se le hubiera dedicado el tiempo que merecía!
En definitiva, una pequeña obra de arte de una mujer que si se hubiera llamado Thomas Hardy, estaría hace mucho tiempo en los anales de las grandes obras de la literatura.
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