Esta novela es un ejemplo perfecto de aquello que todos hemos oído alguna vez: "¡Quién bien te quiere, te hará llorar"!
Te harán comerte el cocido, por ejemplo, para que aprendas que en la vida hay que hacer muchas cosas que no nos gustan, o rezar antes de las comidas para aprender a ser agradecidos, o ir a la iglesia los domingos por lo mismo; pospondrán la depilación de tus piernas porque eso es de chicas frescas... ese tipo de cosas. Y otras muchas que no debo destriparles ahora, porque aquí no encontrarán abus0 s3xual -creo que es lo único que falta-, pero sí físico, psicológico, religioso, moral...
Me ha recordado mucho "La educación física" de Rosario Villajos, una educación, la física, que se nos negó a los de mi generación.
Algo así sucede en esta familia, donde lo físico nunca debe estar presente, donde el abus0 disfrazado de amor es lo más peligroso porque no esperamos que por ahí vengan los tiros, que los que nos deben educar y proteger, hagan esto último con tal fiereza que devengamos en adultos incapaces de valernos por nosotros mismos y pensemos en abandonar esta vida para otros que la entiendan mejor.
Esto es lo que sucede a la protagonista que deberá pedir ayuda profesional para salir de ese "exceso de amor" que, enquistado, casi la ahoga y la convierte en una mujer llena de ansiedad, depresión y culpa.
Una novela dura, poderosa, directa, que te lleva a un viaje emocional intenso, contándote sin tapujos la disfunción de muchas relaciones familiares, en las que no hay quizá grandes detonantes, sino pequeñas gotas malayas que horadan la personalidad de los hijos, hijas en este caso, porque el varón se salva por ser hombre, ¡mira tú qué sorpresa!
Muy bien concebidas estas infancias rotas que te dejarán reflexionando más tiempo del que querrías. Esas telas de araña de las relaciones familiares que Domínguez desmitifica aquí sin necesitar ningún ejemplo extremo; eso es lo que más miedo me ha dado. ¡Bravo por Domínguez!
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