domingo, 9 de febrero de 2025

#reseña #lacampanadecristal #sylviaplath



Es imposible leer esta novela sabiendo lo que le pasó a la autora y no sentirte afectada. Es como estar en la mente de Plath, dentro de esa campana de cristal que te ahoga y donde inexorablemente va faltando el aire.
Dudé mucho en acercarme a esta obra porque pensaba que la escritura sería densa y difícil; pero no, me he encontrado con una forma de contar directa y sencilla.
Es una obra semiautobiográfica donde Esther Greenwood llega a Nueva York después de ganar una beca, con la intención de convertirse en poetisa. Al principio todo va bien, pero poco a poco va tomando conciencia de su inadaptación, su personalidad se resquebraja, la campana de cristal va cayendo sobre ella y acaba internada en un psiquiátrico.
La obra llega a ser fría por momentos, el lenguaje usado no es emocional, no se centra en los sentimientos, solo en los pensamientos y percepciones, lo que da una fuerza inusual a la descripción de los varias posibilidades de suicidio.
Más allá del desasosiego que transmite, hay una crítica feroz a instituciones como la universidad, el matrimonio, la asistencia mental, y sobre todo al sistema social que permite la desigualdad por género.
Una obra que deja una sensación de tristeza e inquietud, una obra dura y necesaria para comprender las complejidades de la mente humana:
“porque dondequiera que me sentara, en la cubierta de un barco o en un café callejero de París o Bangkok, estaría sentada bajo la misma campana de cristal, cocinándome en mi propio aire agrio”.
― Sylvia Plath, La campana de cristal, 1963.

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